viernes, 2 de septiembre de 2011

La “Fuerza de Voluntad” se aprende

Cuando algo nos resulta inicialmente costoso de hacer o cuando nos resulta difícil cumplir y persistir en un objetivo que nos habíamos propuesto y cuyo beneficio se obtendrá a medio-largo plazo (como por ejemplo salir a correr unos minutos varios días a la semana, ordenar el trastero que lleva años destartalado, empezar y mantener una dieta para bajar de peso, empezar a estudiar con tiempo para los exámenes…), con frecuencia recurrimos a la “Fuerza de Voluntad” como forma de explicar nuestra conducta, diciendo cosas del tipo: “No tengo fuerza de voluntad”, “Me falta voluntad”. Este tipo de explicaciones las utilizamos para justificar nuestra conducta de evitación (el no cumplir los objetivos que nos proponemos, el no ser capaz de ponernos a hacer algo que supone esfuerzo, el no persistir en algo que es costoso y cuyo beneficio se obtendrá a largo plazo) haciéndola depender de una característica o rasgo supuestamente interno, la denominada “Fuerza de Voluntad”, la cual, en función de si se tiene o si no, nos permitiría o nos haría posible emprender y mantener ciertas acciones que a priori resultarían costosas. Siguiendo este mismo razonamiento, de aquella persona a la que vemos capaz de implicarse en tareas costosas y que no le reportan aparentemente un beneficio inmediato, decimos que tiene “fuerza de voluntad” y cuando no nos consideramos a nosotros mismos o a los demás capaces de hacer ciertos esfuerzos decimos que “nos falta fuerza de voluntad”. Pero… ¿A qué nos estamos refiriendo realmente cuando aludimos a la “Fuerza de Voluntad”?, ¿Qué hay de cierto en esta explicación?, ¿Se trata la fuerza de voluntad de un rasgo innato o de una característica interna que se tenga o que no se tenga?,  ¿Se puede aprender a “tener” Fuerza de Voluntad? Veamos todo esto detenidamente.

¿De qué hablamos realmente cuando nos referimos a la “Fuerza de Voluntad”?
El término “Fuerza de Voluntad” se utiliza para referirnos siempre al comportamiento observable de una persona, es decir, habría ciertas conductas de la gente que nos permitirían decir de ellas que “tienen fuerza de voluntad”. Esta etiqueta se utiliza en general para describir a personas que muestran comportamientos que inicialmente les suponen un esfuerzo o un coste y que, por tanto, a la mayoría de las personas nos resultaría difícil emprender; coloquialmente hablando, nos darían “pereza”. Estas personas parecen ser inmunes a esa “pereza” y por el contrario persisten en esas conductas, despertando la admiración de muchos a su alrededor que nos sentimos incapaces de tener esa constancia.
¿Por qué esa “pereza” tiene tanto peso a la hora de emprender conductas que a la larga serán beneficiosas? La mayoría de las conductas que emitimos en nuestro día a día (lo que hacemos, decimos, la manera en que nos relacionamos con los otros…) se producen y se mantienen porque tienen unas consecuencias positivas, es decir, nos son útiles en algún sentido o nos reportan algún beneficio. Estos beneficios pueden ser inmediatos, a medio plazo o a largo plazo. Por ejemplo, saludamos a los compañeros de trabajo porque ello nos permite mantener una relación cordial con ellos que en el día a día resulta más ventajosa que llevarnos mal; ayudamos a nuestros amigos porque nos sentimos bien con ello y porque probablemente recibiremos una contrapartida en el momento en que seamos nosotros quienes necesitemos ayuda; sacamos adelante el trabajo porque de esta manera nos sentimos satisfechos y evitamos que se acumule más trabajo para el día siguiente, además de que esto podría reportarnos alguna otra ganancia en un momento posterior (un ascenso, una prime por el logro de objetivos, buenas referencias para el jefe…); somos cariñosos con nuestra pareja porque así propiciamos que ésta responda del mismo modo; nos compramos la película que nos gusta porque queremos darnos una recompensa y garantizarnos un momento de disfrute; regañamos a nuestro hijo cuando está haciendo algo mal porque de esta manera logramos (a veces) poner fin a ese mal comportamiento; nos preparamos el plato que nos gusta porque disfrutamos comiéndolo; nos fumamos un cigarrillo porque nos ayuda a relajarnos; estudiamos para el examen porque aumentaremos la probabilidad de estudiar; renunciamos a un postre porque de esta manera evitaremos engordar. No obstante no todas estas conductas son igual de costosas o requieren el mismo sacrificio por nuestra parte y no todas sus consecuencias posteriores son igual de inmediatas ni igual de gratificantes. La mayoría de nosotros estaríamos de acuerdo en admitir que algunas darían más “pereza” que otras. Pero antes de seguir, definamos exactamente qué entendemos por “Pereza” desde el punto de vista de la conducta.

¿Qué es la “Pereza”? ¿A qué nos referimos si decimos que alguien es “perezoso”?
La pereza inicial a la hora de decidir poner en marcha o no una conducta, se deriva del balance coste/beneficio que realizamos. Si la conducta exige un esfuerzo a corto plazo y por el contrario no tiene beneficios inmediatos, como serían el practicar deporte y ponerse a estudiar (cuyos resultados positivos se observan siempre a medio/largo plazo pero requieren un esfuerzo a corto plazo), en general, para la mayoría de personas pesará más el esfuerzo que supone la conducta que el valor del refuerzo diferido. Esto es así porque habitualmente a la hora de iniciar y mantener conductas, tiene más peso el refuerzo inmediato que el diferido, y aunque una conducta sea altamente beneficiosa (como hacer deporte) sí los resultados no los podemos experimentar rápido, fácilmente sucumbiremos ante los esfuerzos iniciales a menos que hagamos algo para evitar que los costes de poner en marcha la conducta, pesen más que los beneficios que obtendremos por mantenerla.
A la hora de entender por qué ciertas conductas son difíciles de iniciar y mantener, por muy beneficiosas que sean, podemos recurrir los Principios del Aprendizaje que rigen el modo en que las personas y los animales desarrollamos comportamientos y que han sido demostrados experimentalmente en el laboratorio. Estas Leyes del Aprendizaje sostienen lo siguiente:
1.       Cualquier conducta que emitimos tiene unas consecuencias que explicarán que la conducta se repita o se elimine. Si las consecuencias son positivas aumentará la probabilidad de que se repita en el futuro; si las consecuencias son negativas aumentará la probabilidad de que se elimine. à De esto se deriva que una conducta realizada se mantendrá si logra beneficios para nosotros y será eliminada o desistiremos de realizarla si deja de obtener dichas consecuencias positivas, si dichas consecuencias tardan en llegar o si empieza a obtener consecuencias negativas.

2.       Cuanto más inmediatas son las consecuencias de una conducta, mayor es el efecto de consolidación de dicha conducta porque más fuerte es la asociación entre la conducta y el refuerzo que se obtiene a través de ella à De esto se deriva que una conducta que logra consecuencias a largo plazo, aunque éstas sean positivas, será más difícil de mantener que otra que logra consecuencias inmediatas.

3.       La puesta o no en marcha de una conducta se ve influida por el balance coste/beneficio entre el esfuerzo que cuesta emprenderla y el refuerzo que se obtendrá con ella à Esto supone que cuanto más coste inicial tenga la puesta en marcha de una conducta, mayor deberá ser la gratificación obtenida para que compense y más probable será no iniciarla o desistir.
De los principios anteriores se deriva que una conducta sólo obtiene sus beneficios a medio/largo plazo y además supone un gran esfuerzo inicial que no va a verse recompensado de manera inmediata, como sería el hacer deporte, el ponerse a estudias, trabajar por llegar a objetivos a fin de mes…, tendrá una alta probabilidad de no ponerse en marcha o de que cesemos en la persistencia. No obstante no está todo perdido. Podemos hacer cosas para ganar esa batalla a la “pereza”, ¿Por qué si no habría gente capaz de realizar esfuerzos y mantenerlos en el tiempo? No es que esas personas sean de una “pasta” especial ni que hayan nacido con rasgos innatos que les hacen capaces de ello, sino que han aprendido a guiar su conducta por el refuerzo diferido en lugar de desistir ante el esfuerzo inmediato que supone, de manera que llega un momento en que dicho esfuerzo ya no parece tan grande y las gratificaciones que antes nos parecían tan lejanas, ya se empiezan a percibir y a disfrutar.

¿Qué diferencia a una persona “Vaga” de una persona con “Fuerza de Voluntad”?
La persona a la que denominamos “vaga” o “perezosa” no ha aprendido a asociar el refuerzo diferido que tendrá una conducta y a moverse por la anticipación que se hace de ese refuerzo y por el contrario, desiste rápidamente ante el coste y esfuerzo que plantea la realización de la conducta. Por el contrario, la persona de la que decimos que tiene “fuerza de voluntad” ha aprendido a anticipar el refuerzo diferido de una conducta que es inicialmente costosa, de manera que trae dicho refuerzo al presente recordándose los efectos positivos que realizar el esfuerzo inicial conllevará en el futuro. En este caso la anticipación del refuerzo (pensar en los beneficios de una conducta) compite con el coste del esfuerzo inicial de ponerla en marcha por lo que el balance coste/beneficio puede verse inclinado a favor de los beneficios. Una vez que la persona es capaz de vencer la pereza y persistir el tiempo suficiente sin sucumbir a la primera, habremos ganado la batalla a la “vagancia” y estaremos en el camino de poder ponernos también a nosotros la etiqueta de personas con “fuerza de voluntad”. No es que hayamos cambiado como personas, sino que habremos aprendido a no dejarnos vencer por el esfuerzo y los costes inmediatos y a trabajar por los beneficios futuros.

¿Cuál es la clave para el cambio de la “vagancia” a la “fuerza de voluntad”?
Para dejar de ser vencidos por el esfuerzo que algo nos supone a corto plazo habrá que realizar ciertos cambios en nuestro comportamiento que nos ayudarán a persistir en nuestros objetivos:
1.       Puesto que el refuerzo inmediato tiene mayor efecto mantenedor de la conducta habrá que tratar de traer al presente los refuerzos diferidos de la conducta que nos proponemos poner en marcha (ej. correr 30 minutos todos los días). Esto lo podemos lograr anticipando y recordándonos a nosotros mismos lo bien que nos vamos a sentir cuando hayamos conseguido realizar nuestro cometido (ej. tras haber corrido 30 minutos ese día o tras haber estudiado las 2 horas que nos habíamos marcado). Lo podemos hacer antes de iniciar la conducta, mientras la estamos realizando y al terminar (a modo de refuerzo).

2.       Servirnos de estrategias y trucos que nos ayuden a poner en marcha la conducta no dejándonos llevar por la pereza que supone el esfuerzo inicial. Podemos utilizar alarmas que suenen en el momento en que debamos empezar a correr o a estudiar, dejar preparado el material necesario para que no tengamos que dedicar tiempo a ello y no resulte más costoso de lo necesario empezar (ej. preparar la ropa para el gimnasio, dejar listo el material y la mesa de estudio para sólo sentarse y empezar), seleccionar la hora del día en que será más probable realizar la conducta porque nosotros estemos en mejores condiciones (ej. elegir correr por la mañana porque estemos más despejados o por la tarde porque nos servirá para desconectar del trabajo; estudiar por la mañana o por la noche porque es cuando mejor nos concentramos o en casa o en la biblioteca, por el mismo motivo).

3.       Crear hábito. Esto será resultado de todo lo anterior: utilizar estrategias que nos ayuden a poner en marcha la conducta, anticipar el refuerzo que nos reportará a largo plazo la persistencia en ella, reforzarnos por llevarla a cabo cada día y por supuesto, ser capaz de mantener cierta constancia y realizar la conducta todos los días que nos habíamos propuesto. De esta manera (siendo constantes) cada vez nos costará menos ponernos a ello y nos resultará más satisfactorio. En la medida en que cada vez vamos asociando ciertos momentos del día y los estímulos del contexto que enmarca la conducta a dicha conducta, cada vez su ejecución resultará más automática y por lo tanto costará menos esfuerzo. Si aprendemos a través de la repetición que llegadas las 20.00 nos ponemos a correr o que a las 9.00 empezamos a estudiar, llegada esa hora cada vez será menos costoso empezar, llegando un momento en que nos pongamos a ello sin planteárnoslo. De igual manera, cuando asociamos la situación estimular donde se enmarca el estudio al acto de estudiar y de estar concentrados (las paredes, la luz, la organización de la mesa…), cada vez nos costará menos tiempo concentrarnos. Claro está que llegar a este punto no es fácil y que previamente hemos tenido que ir dando pasitos día a día, de manera que cada día que realizábamos la conducta era un día para estar orgullosos y un paso más en el camino de la construcción del hábito. Cuando algo se ha convertido en un hábito, pasa a realizarse de manera más/menos automática (lo que quiere decir que no cuesta tanto) y ya no se es tan dependiente ni del esfuerzo que supone, ni del refuerzo que reporta, porque ya se ha convertido en algo que es habitual en nosotros, que realizamos porque lo hemos convertido en parte de nuestra rutina; aunque eso no quiere decir que se dejen de percibir y disfrutar las consecuencias positivas que conlleva o que en ciertos momentos no nos cueste llevar a cabo la conducta. En lo que al deporte se refiere, podemos haber luchado cada día contra nuestra pereza para ir al gimnasio, podemos haber visto cómo a raíz de ello hemos perdido peso y nos hemos ido encontrando cada vez más saludables, hasta que ha podido llegar un momento en hemos desarrollado un hábito y el ir al gimnasio ya no cuesta, ni tampoco observamos de ello cambios muy grandes en nuestro físico ni en nuestra salud (estos ya se han podido producir), no obstante, eso no quiere decir que los beneficios no sigan existiendo (nos seguimos manteniendo más sanos y en mejor peso y seguimos construyendo una mejor salud de cara al futuro) ni que algún día nos siga costando ir.

A modo de conclusión de todo lo expuesto:
1.       La “Fuerza de Voluntad” es una etiqueta descriptiva que nos sirve para calificar a personas que realizan conductas que suponen un esfuerzo inmediato y pueden tener un beneficio diferido.

2.       La “Fuerza de Voluntad” se aprende: Podemos aprender a modificar nuestra conducta para no sucumbir al esfuerzo inmediato que algo nos plantea y persistir en ello para lograr nuestros objetivos. Si lo logramos, podremos colgarnos a nosotros mismos la etiqueta de persona con “fuerza de voluntad”.

3.       La “fuerza de voluntad” depende del objeto al que haga referencia: Esto quiere decir que podemos haber desarrollado fuerza de voluntad para emprender ciertas conductas pero no otras. Por ejemplo, podemos haber desarrollado la capacidad de ser persistentes en el estudio pero no para dejar de fumar (en este caso implicaría renunciar al refuerzo inmediato a favor de una consecuencia positiva a largo plazo, como sería la mejora de la salud y la reducción de la probabilidad de cáncer entre otras como el ahorro de dinero etc.). El tener capacidad de persistir en unas cosas y no en otras depende de nuestra historia de aprendizaje y de otras muchas variables. Por ejemplo, si hemos tenido que opositar, por fuerza mayor habremos tenido que desarrollar un hábito de estudio, pero por el contrario, si nunca nos hemos visto en la tesitura de tener que dejar de fumar, bien porque no hemos tenido ningún problema de salud o simplemente porque no nos lo hemos propuesto seriamente, es poco probable que si tratamos de dejarlo, el placer de fumar sea más fuerte que los beneficios futuros (ya que no le hemos prestado demasiada atención a las consecuencias negativas que podemos tener a largo plazo).

1 comentario: